La antigüedad griega no poseía una única palabra que abarcase el contenido de lo que hoy entendemos por cultura. En la Grecia clásica, los términos que delimitaban los principales ámbitos de la realidad eran physis, techne y nomos. El ámbito de la physis es el de los seres que existen por naturaleza, es decir, los que tienen en sí mismos el principio de su movimiento y su reposo. Las realidades que integran los ámbitos de la techne y el nomos son fruto de la acción humana, y deben su origen a usos diversos de la inteligencia, aunque no forman esferas cerradas sobre sí mismas; y que constituyen dos aspectos complementarios del proceso civilizador que los griegos denominaron domesticación o desilvestrización. La techne domestica el entorno físico, y el nomos al ser humano. En otras palabras, la menesterosidad e indefensión biológica del hombre (para simplificar, se utiliza aquí el término hombre para referirse a cualquier individuo de la especie humana. Cuando las diferencias entre los sexos sean relevantes, se emplearán los términos varón y mujer) es salvada por la techne, mientras que el nomos hace lo propio en relación con el desorden social resultante de la ausencia de pautas instintivas de comportamiento. Ambas dimensiones constituyen el ámbito de lo que nosotros, con un único término, llamamos hoy “cultura”.
Así pues, la palabra castellana “cultura” no tiene su origen en la lengua griega. Se deriva del verbo latino
colere (cultivar) y abarca un triple sentido:
físico (cultivar la tierra),
ético (cultivarse según el ideal de la
humanitas clásica) y
religioso (dar culto a Dios). El verbo
colere, tomado en sentido amplio, abarca por tanto las tres grandes líneas de despliegue de la acción humana: la razón técnica, la razón práctica, y la razón teórica, que constituyen las tres actividades humanas fundamentales: hacer, obrar y saber, respectivamente [
Choza 1985: 203].
A partir del siglo XIX, con el creciente interés por el conocimiento de culturas lejanas o exóticas —exóticas para el antropólogo occidental que se interesaba por ellas—, se han multiplicado las definiciones de cultura, de manera que ya en 1952 Kroeber y Kluckhohn pudieron recopilar 134 distintas, entresacadas de la bibliografía científica disponible hasta esa fecha, en las que se advierten las huellas de planteamientos epistemológicos muy diferentes [
Kroeber-Kluckhohn 1952].
La mayor parte de estas definiciones de “cultura” se inscribe en el campo de las ciencias etnográficas, en las que de ordinario se identifica cultura con civilización, designando una situación social concreta o ámbito socio-cultural. Entre ellas, la primera y más famosa fue formulada por Tylor en su obra Primitive Culture de 1871. Allí dice «cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad».
No menos célebres son las definiciones de Franz Boas en Race, Language and Culture, de 1940: «la cultura incluye todas las manifestaciones de los hábitos sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se ven afectadas por las costumbres del grupo en el que vive, y los productos de las actividades humanas que se ven determinadas por dichas costumbres»; y la de Malinowsky, recogida en su libro Scientific Theory of Culture, publicado póstumamente en 1940: «la cultura consta de la masa de bienes e instrumentos, así como de las costumbres y hábitos corporales o mentales que funcionan directa o indirectamente para satisfacer las necesidades humanas. La cultura es una unidad bien organizada que se divide en dos aspectos fundamentales: una masa de artefactos y un sistema de costumbres».
Kroeber, por su parte, sostenía que la cultura está sometida a unas leyes semejantes a las que rigen el mundo físico. En su obra Superorganic de 1917, la definió como las «formas de comportamiento, explícitas o implícitas, adquiridas y transmitidas mediante símbolos, que constituyen el patrimonio singularizado de los grupos humanos, incluida su plasmación en objetos; el núcleo esencial de la cultura son las ideas tradicionales [es decir, históricamente generadas y seleccionadas] y especialmente los valores vinculados a ellas; los sistemas de culturas pueden ser considerados, por una parte, como productos de la acción, y por otra, como elementos condicionantes de la acción futura».
Mencionaremos por último la definición de Kluckhohn, que en su obra Mirror of Man, publicada en 1949, consideró la “cultura” como la «descripción abstracta de las tendencias hacia la uniformidad en las palabras, las acciones y los artefactos de un grupo humano».
Como se puede observar, la impronta dejada por Tylor ha sido decisiva y, durante décadas, las definiciones de “cultura” que se han elaborado son herederas directas de la suya, limitándose a perfilar, añadir o precisar algún aspecto de los señalados en Primitive Culture.
Paralelamente a los trabajos citados, que se caracterizan por su metodología de corte etnográfico, el siglo XX ha sido testigo de un incremento del interés por el estudio de la cultura desde una aproximación filosófica, retomando así la línea de trabajo cultivada por Vico, Hegel o Dilthey.
Entre los principales autores que han abordado el estudio filosófico del concepto de “cultura”, podemos destacar a Ernst Cassirer, quien concibió su
Filosofía de las Formas Simbólicas como un estudio de Filosofía de la Cultura, que debe estudiar las diversas
Formas Simbólicas, valorándolas como funciones y energías creadoras de la conciencia y destacar, dentro de la heterogeneidad de esas formas, ciertos rasgos de configuración comunes a todas ellas. Pretende también mostrar la unidad del espíritu frente a la pluralidad de sus manifestaciones, e investiga cómo las distintas formas simbólicas se articulan entre sí formando el ámbito cultural en el que vive el hombre [
Cassirer 1973]. Cassirer define la “cultura” como el «sistema de las actividades humanas», o «sistema funcional de las creaciones del espíritu», no es una realidad substancial, ni un mecanismo compuesto por piezas que gozan de una cierta autonomía en sí mismas, sino que se asemeja más a un campo magnético, que se constituye en cuanto tal por un conjunto de relaciones [
Cassirer 1974: 7]. Este sistema cultural —conjunto de las formas simbólicas, «formas de expresión del espíritu», o «formas de comprensión del mundo»—, es un todo de actividades verbales y morales que no están concebidas de manera abstracta, sino que tienen una tendencia constante a su realización: la construcción y reconstrucción del mundo empírico que conocemos, constituyendo la progresiva objetivación de nuestra experiencia humana: de nuestros sentimientos, emociones, intuiciones, impresiones, pensamientos e ideas [
Cassirer 1979: 65, 166, 195].
Por su parte, Clifford Geertz, —cuyo trabajo trata de sintetizar la metodología propia del trabajo etnográfico con la reflexión filosófica, dando lugar a la corriente que se denomina Antropología Simbólica—, se propuso elaborar una
definición semiótica de cultura. Geertz considera que la cultura es, sobre todo, acción significativa y por serlo, de dominio público, ya que toda acción significativa lo es, y la describe, de modo sencillo, como el
modo de disponer las cosas que tiene un grupo humano. «Entendida como sistemas de interacción de signos interpretables (que, ignorando las acepciones provinciales, yo llamaría símbolos), la cultura no es una entidad, algo a lo que puedan atribuirse de manera causal acontecimientos sociales, modos de conducta, instituciones o procesos sociales; la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir, densa» [
Geertz 1987: 27].
Por último, Choza sostiene que la cultura es todo aquello que resulta de la acción humana en cuanto diferente e irreductible al resultado de los procesos embriológicos, es decir, constituye el fruto de la acción humana libre [
Choza 1987]. La cultura, así entendida, está formada por el mundo de los artefactos —instrumentos, lenguaje, instituciones, etc.—, en contraste con lo que constituye el ámbito del universo físico en el que no ha intervenido el hombre. Según esta acepción de índole filosófica, la palabra “cultura” adquiere una extensión universal —puede aplicarse a todos y cada uno de los ámbitos socioculturales concretos— a la vez que ofrece unos contornos precisos, pues determina cuáles son los límites del fenómeno cultural y permite diferenciarlo de todo lo demás.
http://www.philosophica.info/voces/cultura/Cultura.html